Sin duda alguna uno de los temas o enseñanzas escriturales que cautivan más los corazones de los creyentes, es la enseñanza acerca de la venida del Señor.
Todo cristiano verdadero anhela y espera este día. A algunos cuando hablan de la venida del Señor les cautiva la idea de un mar de cristal, calles de oro, puertas de perla, diamantes, piedras preciosas, coronas, etc. Ciertamente de todas estas cosas nos habla la Escritura, pero por lo cual el verdadero cristiano esta cautivado es de que su Señor “cuando venga en aquel día” no va a ser sino principalmente “para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que creyeron”
El anhelo del cristiano en todas las cosas es que su Señor sea glorificado, y en el hecho de su venida lo va a ser así también, desear que en aquel día su Salvador “sea glorificado en sus santos y admirado en todos los que creyeron”
La vida que está por venir, no es sino eternidad en la presencia del Señor. Recordemos que la sentencia sobre los hombres impíos va a ser estar “excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” Los hombres incrédulos van a estar fuera del goce eterno de los santos: la presencia de Dios.
El cielo va a ser un lugar sobreabundante de paz, armonía, justicia, amor, reposo, pues lo que se reflejará allí va a ser la gloria de Dios en la persona de Jesucristo. Si hay una vista del cielo que debe de cautivar nuestros corazones es esta: ver el rostro de Nuestro Señor, de Nuestro Salvador. Las calles de oro, las puertas de perla, los diamantes, rubíes, mar de cristal, no tendrán el resplandor de aquel el cual será la lumbrera en aquel lugar.
Cuando pensemos en el cielo y hablemos del cielo, debemos de meditar en la excelencia de ver a la persona de nuestro Amado Salvador. Aquí ahora, nada más cautivó nuestro corazón que su hermosura. Pedro dice que para los que hemos creído Cristo es precioso (1 P. 2.7). Si eso es verdad ahora, que no lo hemos visto cara a cara, ¿no será mucho más real cuando estemos en su presencia? ¿No será más hermoso a nuestros ojos el ver a aquel amante Salvador que nos rescató de las tinieblas?
Los incrédulos ciertamente no tendrán mayor castigo que estar excluidos, separados, echados de esta vista gloriosa que los santos han de gozar. ¿Porqué ofrecer un cielo sin Dios? ¿Por qué ofrecer el cielo solamente como un cese de angustias y no como un gran vistazo de la Gloria del Señor, si el cese de las angustias va a ser por ver la Gloria del Señor? Debemos de alimentar nuestros corazones con esta esperanza dado que el día de su venganza y manifestación se aproxima. Hace dos mil años los primeros cristianos estaban en el último tiempo (1 Jn. 2.18), en los últimos días ¿No será más verdad ahora que han pasado casi dos mil años?
Debemos de rogar al Señor que nos ayude a poder esperar esta gloriosa manifestación; el día del Señor está cercano, el día cuando se manifieste desde el cielo, ese día nuestros ojos lo contemplarán, y no solamente por un tiempo, sino para siempre. Aquel día se presentará glorioso, en toda su majestad, en toda la gloria que el Padre le dio. Aquel día nuestros ojos han de brillar cautivados, y nuestros corazones han de hincharse ante tremenda muestra de perfección. Los árboles del bosque rebosarán de contento, la tierra y los cielos se regocijarán, los impíos crujirán, y los santos en todo lugar quedarán maravillados por la hermosura de su Señor.
Yo sé que mi Redentor vive,
Y al fin se levantará sobre el polvo;
Y después de deshecha esta mi piel,
En mi carne he de ver a Dios;
Al cual veré por mí mismo,
Y mis ojos lo verán, y no otro,
Aunque mi corazón desfallece dentro de mí.
Job 19:25-27
Y al fin se levantará sobre el polvo;
Y después de deshecha esta mi piel,
En mi carne he de ver a Dios;
Al cual veré por mí mismo,
Y mis ojos lo verán, y no otro,
Aunque mi corazón desfallece dentro de mí.
Job 19:25-27
Gentileza heartcry.es
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