viernes, 27 de septiembre de 2013

TOMANDO EL PECADO LIGERAMENTE


Transcribimos completo el devocional del pastor David Wilkerson [May 19, 1931; April 27, 2011]

El Profeta Ezequiel nos ofrece una vívida ilustración de lo que le pasa a la gente que toma su pecado ligeramente. En esta explicación, los setenta ancianos de Judá vinieron a Ezequiel para recibir una palabra del Señor. Todos estos hombres estaban en el servicio del templo, y cuando se reunieron con el profeta para adorar, a Ezequiel le fue dada una visión asombrosa:

“…estaba yo sentado en mi casa, y los ancianos de Judá estaban sentados delante de mí, y allí se posó sobre mí la mano de Jehová el Señor. Y miré, y he aquí una figura que parecía de hombre; desde sus lomos para abajo, fuego…parecía resplandor, el aspecto de bronce refulgente. Y aquella figura extendió la mano, y me tomó por las guedejas de mi cabeza; y el Espíritu me alzó entre el cielo y la tierra, y me llevó en visiones de Dios a Jerusalén…” (Ezequiel 8:1-3)
El Espíritu Santo cayó sobre esa reunión, y el santo fuego de Dios llenó el lugar de luz: “Y he aquí, allí estaba la gloria del Dios de Israel…” (Verso 4). Cada vez que la ardiente presencia de Dios se manifiesta en una reunión, el pecado siempre es expuesto. Repentinamente, el profeta vio que las mentes de estos hombres estaban llenas con “…toda forma de reptiles y bestias abominables” (Verso 10). Él estaba describiendo fortalezas demoníacas, seres diabólicos. ¡Y éstos se habían infiltrado en la casa de Dios a través del ministerio!
Allí estaban sentados los setenta ancianos, calmados y plácidos, parecían adoradores buscando la dirección del Señor. En realidad, sin embargo, estaban cubriendo el pecado oculto. Ellos habían estado realizando las prácticas de adoración externa en el ministerio del templo, pero en realidad pertenecían a una sociedad secreta de adoradores del sol. Ellos empleaban prostitutas en el templo como parte de ritual de adoración, estos ancianos supuestamente piadosos tomaban parte en la fornicación.
Lo peor de todo, es que estos hombres no estaban convencidos de su horrible idolatría. Ellos se habían convencido a sí mismos que Dios pasaba por alto su idolatría. David estuvo terriblemente apesadumbrado por su pecado pero estos setenta ancianos no sentían ninguna  flecha de convicción, ninguna pérdida de fuerza física, ningún dolor emocional. En lugar de eso, fueron engañados por lo que Moisés llamó una “falsa paz”.
“Y suceda que al oír las palabras de esta maldición, él se bendiga en su corazón, diciendo: Tendré paz, aunque ande en la dureza de mi corazón, a fin de  que con la embriaguez quite la sed” (Deuteronomio 29:19)
En otras palabras: “Una persona engañada es como un borracho que ha perdido toda habilidad de discernir. No puede ni siquiera distinguir entre la sed y la embriaguez”


lunes, 9 de septiembre de 2013

¿Son dos evangelios distintos el del Reino y el de la Gracia?

Para las escuelas de teología comprometidas a la creencia en la palabra autoritativa de la Escritura, hay otras formas de evadir el Evangelio del Reino. Una tradición popular del Evangelio ha erigido un esquema por el cual el Evangelio del Reino no es específicamente el Evangelio de salvación para ser ofrecido ahora a los creyentes potenciales. Es un sistema conocido como “dispensacionalismo”. Todos los estudiantes de la Biblia reconocen que Dios destinó diferentes acomodamientos o “dispensaciones” para los diferentes períodos de la historia. La dispensación Mosaica, por ejemplo, hizo distintas exigencias en los fieles de aquellas requeridas bajo el Evangelio del Nuevo Testamento. Pero el “dispensacionalismo” va más lejos. Sostiene que el Evangelio del Reino fue predicado por Jesús sólo a los judíos, hasta que ellos rehusaron la oferta del Reino; después de lo cual un Evangelio diferente, el Evangelio de la gracia, fue introducido por Pablo. La teoría sostiene luego que el Evangelio del Reino será reinstalado siete años antes del regreso de Cristo, un tiempo cuando, de acuerdo también con el dispensacionalismo, la Iglesia habrá sido removida de la tierra por el así llamado “rapto pretribulacional.” 
El sistema dispensacionalista ha sido impuesto a la fuerza en el texto de la Escritura en los intereses de una teoría ajena a la Biblia. Como hemos señalado, Lucas hizo todo lo posible para demostrar que el Evangelio de Pablo no era diferente al de Jesús. Ambos hombres predicaron el Evangelio acerca del Reino. Pablo, en contra del dispensacionalismo, no supo nada de una diferencia entre “el Evangelio de la gracia” (Hechos 20:24) y “predicando el Reino” (Hechos 20:25). Él deliberadamente los iguala. Como dice F.F. Bruce: “es evidente de una comparación de Hechos 20:24 con el siguiente verso que la predicación del Evangelio de la gracia es idéntica con la proclamación del Reino.” Esta prueba incontrovertible es rotundamente contradicha por el dispensacionalismo contemporáneo. Dr. Erwin Lutzer, de Radio Moody Church Ministries, afirma: “creo que el evangelio del reino es diferente al evangelio de la gracia de Dios… el evangelio de la gracia de Dios no tiene nada que ver con el Reino per se.” Pero esta confusión del único Evangelio de la salvación fue aprendida de la tradición no examinada, no de la Biblia. Por medio de presentar “dos formas del Evangelio,” los dispensacionalistas han inventado una muy desafortunada distinción que no existe en el texto bíblico. 
El dispensacionalismo formalmente cancela el Evangelio como Jesús lo predicó. ¿Pudo haber sufrido la iglesia un mayor desastre que este acortamiento sistemático del propio Evangelio de Jesús que El predicaba? A.C. Gaebelein fue un exponente destacado de la teoría del “evangelio dividido”. En lo referente a las palabras de Jesús en Mateo 24:14, “Este Evangelio del Reino será predicado en todo el mundo para testimonio a todas las naciones,” él escribió:
La predicación que es mencionada es aquella del Evangelio del Reino, pero ese Evangelio no es ahora predicado, pues predicamos el Evangelio de la gracia…Con la lapidación de Esteban la predicación del Evangelio del Reino cesó. Otro Evangelio fue predicado. El Señor se lo dio al gran Apóstol. Y Pablo llama a este Evangelio “mi Evangelio”. Es el Evangelio de la Gracia gratuita de Dios para quienes crean, el evangelio de la Gloria de Dios…Ahora, durante el tiempo en que el Reino fue predicado como que estaba a la mano, el Evangelio de gracia no se oyó, y durante el tiempo en que el evangelio de gracia es predicado, el Evangelio del Reino no es predicado. 
Por este extraordinario disparate exegético, el Evangelio Cristiano del Reino fue descartado de la corte —descartado como suspendido, y decretado inaceptable para el tiempo actual. La situación parecería demandar un arrepentimiento profundo y el restablecimiento del Evangelio completo de Jesús en el corazón de evangelismo. ¿Puede haber tal cosa como una evangelización que no sostiene en el más alto honor y énfasis el mismo Evangelio anunciado por Jesús y ordenado por la Gran Comisión hasta el fin de la era? Si Pablo hubiera predicado de hecho, como Gaebelein dice, “otro Evangelio”, él se habría puesto bajo su propia maldición (Gál. 1:8, 9). Él habría estado violando las instrucciones de Jesús de que Sus enseñanzas debían ir al mundo entero. 
El artículo sobre “el Evangelio” en el Diccionario de la Biblia de Unger representa la misma tendencia común dispensacionalista de desviarse del Evangelio como Jesús lo predicó. Esta clase de pensamiento acerca del Evangelio y de la salvación ha tenido una inmensa influencia, particularmente en América, pero sus efectos son sentidos a todo lo largo del mundo evangélico: Las formas del Evangelio a ser diferenciadas. Muchos maestros de la Biblia hacen una distinción en lo siguiente: 
(1) El Evangelio del Reino. Las Buenas Nuevas de que el propósito de Dios es establecer un reino terrenal de un intermediario en el cumplimiento del pacto Davídico (2 Sam. 7:16). Dos proclamaciones del evangelio del reino son mencionadas, una, pasada, comenzando con el ministerio de San Juan Bautista, llevado a cabo por nuestro Señor y Sus discípulos, y que termina con el rechazo Judío del Mesías. La otra predicación es aún futura (Mat. 24:14) durante la gran tribulación, y que presagia el Segundo Advenimiento del rey. 
(2) El Evangelio de Gracia de Dios. Las Buenas Nuevas de la muerte, sepultura y la resurrección de Cristo como fue provista por nuestro Señor y predicado por Sus discípulos (1 Cor. 15:1-4). 
La trágica supresión del Evangelio del Reino es evidente en la Nueva Biblia de Referencia de Scofield en Revelación 14:6. El sistema de la definición del Evangelio descrito en esta nota ha afectado la totalidad de la presentación evangélica de la salvación, aun donde Scofield no está específicamente reconocido. Scofield empieza por definir el Evangelio salvador como el Evangelio de la gracia de Dios, el cual, él sostiene, está recluido a los hechos acerca de la muerte y la resurrección de Jesús. Scofield luego procede a hablar de “otro aspecto de las buenas noticias”, el “evangelio del Reino”. Somos informados de que Cristo predicó este Evangelio del Reino en Su primera venida, y “será proclamado durante la gran tribulación”. Scofield así descarta el Evangelio del Reino del mensaje presente de salvación manifestando que el Evangelio Cristiano se trata ahora sólo de la muerte expiatoria de Jesús y Su resurrección. De esta manera Jesús es cortado de Su propio Evangelio que El predicó. Bien podemos observar que el truco maestro de Satanás es separar a Jesús de Su enseñanza. Uno puede proclamar a “Jesús” con toda seriedad, ¿pero puede el Jesús verdadero ser dado a conocer aparte de Su Evangelio y enseñanza completa? Jesús supo bien el peligro que representaba predicar la “fe en Jesús” sin realmente informarle al público acerca de las “palabras de Jesús”. Sólo aquellos cuya fe está fundada en la roca sólida de la enseñanza /evangelio de Jesús están en tierra sólida (Mat. 7:24-27; Mar. 8:35-38; y ver todo el Evangelio de Juan con su constante insistencia en la palabra /palabras / enseñanza de Jesús). 
La incertidumbre acerca del Evangelio Cristiano no es sorprendente cuando semejante evidente lectura errónea de la Biblia se forja en un sistema con una influencia masiva en los púlpitos y en la literatura Cristiana. Seguramente las palabras de Pablo en Hechos 20:24, 25 deberían descartar la distinción artificial propuesta por el Diccionario de la Biblia y la Biblia de Scofield. Pablo evocó su carrera y reparó en que él había “terminado su carrera, el ministerio que recibí del Señor Jesús para dar testimonio solemnemente del Evangelio de la gracia de Dios para todos ustedes entre quienes pasé predicando el Reino”. Claramente no hay diferencia entre el Evangelio de la gracia y el Evangelio del Reino. Es cierto, claro está, que Jesús inicialmente no predicó Su resurrección como parte del Evangelio. La muerte y la resurrección de Jesús fueron más tarde elementos críticos en la proclamación de Pablo. Ellos, sin embargo, no reemplazaron la predicación del Reino, el cual permaneció tanto como el corazón de Evangelio de Pablo tal como había sido el centro del propio Mensaje de Jesús. 
Cuando Jesús se embarcó en su intensiva campaña evangelizadora en Galilea aproximadamente el de 27 dC, él convocó a Su audiencia para un cambio de parecer radical basado en la creencia nacional de que Dios iba a conducir el Reino mundial prometido por Daniel y todos los profetas. La creencia inteligente en la promesa del Reino es el primer paso del discípulo, acoplado con un viraje importante en U en el estilo de vida. De este modo los hombres y las mujeres se pueden poner en línea ellos mismos con el gran propósito de Dios para la tierra. 
La naturaleza de la actividad de Jesús fue aquel de un heraldo haciendo un anuncio público en nombre del único Dios de Israel. El empuje del Mensaje fue que cada individuo debería emprender una redirección radical de su vida ante la certeza del Reino venidero de Dios. Esto fue, y aún lo es, la esencia del Evangelio Cristiano. ¿Cómo puede ser de otra forma, cuando es el mensaje del Evangelio que viene de los labios de Cristo Mismo? 
Es cuestión de sentido común reconocer que usando la frase “reino de Dios” Jesús habría evocado en las mentes de Su audiencia, empapados como estaban en la esperanza nacional de Israel, un gobierno mundial divino en tierra, con su capital en Jerusalén. Esto es lo que el Reino de Dios ciertamente habría significado para Sus contemporáneos. Las escrituras de los profetas, las cuales Jesús como judío reconoció como la Palabra de Dios divinamente autorizada, habían unánimemente prometido la llegada de una nueva era de paz y prosperidad. El Reino ideal dominaría por siempre. El pueblo de Dios sería victorioso en una tierra renovada. La paz se extendería a lo largo del globo. 
Así, anunciar la llegada del Reino involucró ambos una amenaza y una promesa. Para aquellos que respondieron al Mensaje creyéndolo, y consecuentemente reordenando sus vidas, había una promesa de un lugar en las glorias del gobierno divino futuro. Para el resto, el Reino amenazaría destrucción, cuando Dios ejecute juicio en cualquiera no hallado digno de entrar en el Reino cuando éste llegue. Este tema gobierna todo el Nuevo Testamento. En la luz de este concepto primario, la enseñanza de Jesús llega a ser comprensible. Es una exhortación para hallar la inmortalidad en el Reino futuro y escapar de la destrucción y de la exclusión del Reino. 

jueves, 20 de septiembre de 2012

La cosmovisión cristiana como relato mayor: el pecado y sus consecuencias


Como cristianos sabemos que el mundo, tal y como lo vemos, contiene vestigios de la gloria de Dios que brillan a través de la corrupción de un universo arruinado por el pecado. Sin embargo, se nos recuerda constantemente que todo el universo gime bajo la carga de la pecaminosidad humana.
La experiencia que tenemos del mundo requiere que percibamos aquellas cosas que no son como deberían ser. No estamos experimentando ese mundo de inmaculada bendición que nos revelan los dos primeros capítulos del libro de Génesis. Al contrario. Estamos experimentando un mundo lleno de mosquitos, todo tipo de virus, terremotos y malevolencia en el mundo animal. La evidencia de la muerte y la decadencia nos rodean y podemos verlo en nuestro propio cuerpo.
Además, vemos la violencia y el pecado que causan y cometen los seres humanos. No somos los únicos que experimentamos la violencia de la naturaleza, sino que sabemos que también somos criaturas cuya propia naturaleza es, con frecuencia, violenta. Observar a la humanidad es ver la innegable realidad de que algo se ha estropeado de una forma terrible.
Así como la Biblia comienza la historia con la Creación, inmediatamente pasa a una explicación de algo que se ha estropeado. De nuevo, toda cosmovisión requiere un relato semejante y toda filosofía de vida debe proporcionar alguna explicación de por qué los seres humanos somos como somos y por qué actuamos como lo hacemos.
A aquellos que hicieron esta pregunta, la Biblia los dirige al Jardín del Edén y al acontecimiento que conocemos como la Caída. Cuando Adán y Eva pecaron, introdujeron la corrupción y la rebeldía en el corazón mismo de la perfecta creación de Dios. La única criatura que Dios hizo a su propia imagen se rebeló contra él e intentó robarle la gloria que le pertenecía sólo a Él. Esa es exactamente la naturaleza del pecado: negarle al Creador la gloria que es suya por derecho y procurarla para nosotros.
Las consecuencias de la Caída fueron inmediatas y catastróficas. Adán y Eva fueron expulsados del Jardín del Edén y cortados del árbol de la vida (Gn. 3:23-24). La tierra, que había estado produciendo libremente sus frutos y cosechas, se había vuelto hostil. Desde ese momento en adelante, los seres humanos tendrían que trabajar con el sudor de su frente para obtener, con mucho esfuerzo, una cosecha (Gn. 3:17-19). La reproducción humana iría ahora acompañada con dolor y esfuerzo. Lo más importante es que la Caída explica por qué los seres humanos ya no están en paz con nuestro Creador. El veredicto de Dios por el pecado de Adán fue inmediato. Tal como revela el libro de Génesis y posteriormente afirma el Nuevo Testamento, al llegar el pecado con él vino también la muerte.
Es absolutamente necesario que comprendamos lo que significa la Caída y la pecaminosidad de la humanidad para que podamos entender, de forma adecuada, la condición humana. No hay forma de que podamos entender la existencia humana sin hacer referencia al pecado. Constantemente, la Biblia se niega a permitir que encontremos la causa y la sustancia del problema humano fuera de nosotros mismos. En lugar de ello, apunta directamente a nuestra culpa individual, aunque afirme que todos los seres humanos sin excepción heredan el pecado y la culpa de Adán. El concepto de la pecaminosidad humana es tan amplio que abarca el pecado de cada individuo humano y la totalidad de la depravación humana. Esto se ve a lo largo de la historia humana: las naciones surgen y caen constantemente.
El relato que la Biblia hace del problema humano va mucho más allá de una mera explicación de las flaquezas y fracasos humanos. En esencia, la Biblia se vuelve directamente hacia la criatura humana y formula un cargo de rebeldía por parte nuestra en contra de Dios. Así como Adán y Eva procuraron fabricar unos delantales para cubrir su propia desnudez (Gn. 3:7), los seres humanos intentarán encontrar una cantidad de explicaciones creativas y afirmadas con desesperación para aquello que hacemos mal.
En otras palabras, el relato cristiano de la humanidad y la conducta humana chocan de pleno con cualquier otra cosmovisión. Esto es particularmente evidente cuando comparamos el relato que la Biblia hace del pecado humano con los intentos contemporáneos para explicar el quebrantamiento de la humanidad mediante razones económicas, sociológicas, políticas o psicoterapéutica. La Biblia afirma la inherente bondad de la humanidad en lo referente a la inmaculada bondad de la creación de Dios tal y como era en el principio. Pero la Biblia también explica que, después de la Caída, todo ser humano sin excepción es, a su manera, un rebelde y un insurrecto que está intentando destronar a Dios y tomar su gloria como si fuera nuestra.
Así pues, cuando observamos a la humanidad, leemos los periódicos, vemos los informes de las noticias o cuidamos de nuestros propios hijos, los cristianos tenemos que ser siempre conscientes de que estamos siendo testigos de la obra del pecado y de la demostración del estado caído de la humanidad. A pesar de ello, nuestra evidencia más directa de ese estado caído es lo que vemos cuando contemplamos el reflejo de nosotros mismos que nos muestra el espejo.
Toda cosmovisión tiene que dar cuenta de lo que está mal en la humanidad y de por qué el cosmos muestra tanta muerte, decadencia y aparente sinsentido. Como cristianos, sabemos que el mundo, tal y como lo vemos, contiene vestigios de la gloria de Dios que brillan a través de la corrupción de un universo arruinado por el pecado. Sin embargo, se nos recuerda constantemente que todo el universo gime bajo la carga de la pecaminosidad humana. El pecado humano y sus horribles consecuencias no nos sorprenden. Somos capaces de soportar saberlo, porque tenemos la confianza de que este no es el final de la historia.
Este artículo fue escrito por el Dr. Albert Mohler, presidente del Seminario Teológico Bautista del Sur en los Estados Unidos. Usado con permiso. Traducción de www.ibrnb.com, Derechos reservados.