Como cristianos sabemos que el mundo, tal y como lo vemos, contiene
vestigios de la gloria de Dios que brillan a través de la corrupción de un
universo arruinado por el pecado. Sin embargo, se nos recuerda constantemente
que todo el universo gime
bajo la carga de la pecaminosidad humana.
La experiencia que tenemos del mundo requiere que percibamos aquellas
cosas que no son como deberían ser. No estamos experimentando ese mundo de
inmaculada bendición que nos revelan los dos primeros capítulos del libro de
Génesis. Al contrario. Estamos experimentando un mundo lleno de mosquitos, todo
tipo de virus, terremotos y malevolencia en el mundo animal. La evidencia de la
muerte y la decadencia nos rodean y podemos verlo en nuestro propio cuerpo.
Además, vemos la violencia y el pecado que causan y cometen los seres
humanos. No somos los únicos que experimentamos la violencia de la naturaleza,
sino que sabemos que también somos criaturas cuya propia naturaleza es, con
frecuencia, violenta. Observar a la humanidad es ver la innegable realidad de
que algo se ha estropeado de una forma terrible.
Así como la Biblia comienza la historia con la Creación, inmediatamente
pasa a una explicación de algo que se ha estropeado. De nuevo, toda cosmovisión
requiere un relato semejante y toda filosofía de vida debe proporcionar alguna
explicación de por qué los seres humanos somos como somos y por qué actuamos
como lo hacemos.
A aquellos que hicieron esta pregunta, la Biblia los dirige al Jardín
del Edén y al acontecimiento que conocemos como la Caída. Cuando Adán y Eva
pecaron, introdujeron la corrupción y la rebeldía en el corazón mismo de la
perfecta creación de Dios. La única criatura que Dios hizo a su propia imagen
se rebeló contra él e intentó robarle la gloria que le pertenecía sólo a Él.
Esa es exactamente la naturaleza del pecado: negarle al Creador la gloria que
es suya por derecho y procurarla para nosotros.
Las consecuencias de la Caída fueron inmediatas y catastróficas. Adán y
Eva fueron expulsados del Jardín del Edén y cortados del árbol de la vida (Gn.
3:23-24). La tierra, que había estado produciendo libremente sus frutos y
cosechas, se había vuelto hostil. Desde ese momento en adelante, los seres
humanos tendrían que trabajar con el sudor de su frente para obtener, con mucho
esfuerzo, una cosecha (Gn. 3:17-19). La reproducción humana iría ahora
acompañada con dolor y esfuerzo. Lo más importante es que la Caída explica por
qué los seres humanos ya no están en paz con nuestro Creador. El veredicto de
Dios por el pecado de Adán fue inmediato. Tal como revela el libro de Génesis y
posteriormente afirma el Nuevo Testamento, al llegar el pecado con él vino
también la muerte.
Es absolutamente necesario que comprendamos lo que significa la Caída y
la pecaminosidad de la humanidad para que podamos entender, de forma adecuada,
la condición humana. No hay forma de que podamos entender la existencia humana
sin hacer referencia al pecado. Constantemente, la Biblia se niega a permitir
que encontremos la causa y la sustancia del problema humano fuera de nosotros
mismos. En lugar de ello, apunta directamente a nuestra culpa individual, aunque
afirme que todos los seres humanos sin excepción heredan el pecado y la culpa
de Adán. El concepto de la pecaminosidad humana es tan amplio que abarca el
pecado de cada individuo humano y la totalidad de la depravación humana. Esto
se ve a lo largo de la historia humana: las naciones surgen y caen
constantemente.
El relato que la Biblia hace del problema humano va mucho más allá de
una mera explicación de las flaquezas y fracasos humanos. En esencia, la Biblia
se vuelve directamente hacia la criatura humana y formula un cargo de rebeldía
por parte nuestra en contra de Dios. Así como Adán y Eva procuraron fabricar
unos delantales para cubrir su propia desnudez (Gn. 3:7), los seres humanos
intentarán encontrar una cantidad de explicaciones creativas y afirmadas con
desesperación para aquello que hacemos mal.
En otras palabras, el relato cristiano de la humanidad y la conducta
humana chocan de pleno con cualquier otra cosmovisión. Esto es particularmente
evidente cuando comparamos el relato que la Biblia hace del pecado humano con
los intentos contemporáneos para explicar el quebrantamiento de la humanidad
mediante razones económicas, sociológicas, políticas o psicoterapéutica. La
Biblia afirma la inherente bondad de la humanidad en lo referente a la inmaculada
bondad de la creación de Dios tal y como era en el principio. Pero la Biblia
también explica que, después de la Caída, todo ser humano sin excepción es, a
su manera, un rebelde y un insurrecto que está intentando destronar a Dios y
tomar su gloria como si fuera nuestra.
Así pues, cuando observamos a la humanidad, leemos los periódicos, vemos
los informes de las noticias o cuidamos de nuestros propios hijos, los
cristianos tenemos que ser siempre conscientes de que estamos siendo testigos
de la obra del pecado y de la demostración del estado caído de la humanidad. A
pesar de ello, nuestra evidencia más directa de ese estado caído es lo que
vemos cuando contemplamos el reflejo de nosotros mismos que nos muestra el
espejo.
Toda cosmovisión tiene que dar cuenta de lo que está mal en la humanidad
y de por qué el cosmos muestra tanta muerte, decadencia y aparente sinsentido.
Como cristianos, sabemos que el mundo, tal y como lo vemos, contiene vestigios
de la gloria de Dios que brillan a través de la corrupción de un universo
arruinado por el pecado. Sin embargo, se nos recuerda constantemente que todo
el universo gime bajo la carga de la pecaminosidad humana. El pecado humano y
sus horribles consecuencias no nos sorprenden. Somos capaces de soportar
saberlo, porque tenemos la confianza de que este no es el final de la historia.
Este artículo fue escrito por el Dr. Albert Mohler, presidente del
Seminario Teológico Bautista del Sur en los Estados Unidos. Usado con permiso.
Traducción de www.ibrnb.com, Derechos reservados.